Para mí, salud es sinónimo de equilibrio.
Hay tres parámetros relacionados entre sí que deben mantenerse en armonía para que podamos hablar de una salud óptima: biomecánico, bioquímico y psico-emocional.
Biomecánico: El tejido miofascial que mantiene unido el esqueleto –el armazón rígido que nos proporciona sostén- y le aporta movilidad, debe estar flexible y libre de tensiones parásitas.
Podemos pensar en el cuerpo humano como tres bloques apilados unos sobre otros, cabeza, tórax y pelvis, unidos por dos elementos flexibles, la columna cervical y la columna lumbar, que en conjunto forman el esqueleto axial. Si estos bloques no están bien alineados mantener la postura vertical requiere un gran esfuerzo ya que la fuerza de gravedad nos aplasta literalmente. Estar en esta postura desalineada mucho tiempo, tal vez años o toda una vida, produce rigidez y contracturas en el tejido de sostén, a la vez que malestar y dolor, especialmente en la columna cervical y la columna lumbar, y requiere de un elevado consumo de energía, lo que a la larga puede producir cansancio crónico.
Bioquímico: La relación entre los nutrientes que ingerimos para realizar nuestros procesos vitales y los residuos que produce nuestro metabolismo debe estar equilibrada. Una dieta rica en frutas y verduras nos aporta todos los nutrientes que necesitamos a la vez que nos deja unos residuos mínimos.
Una dieta en la que abunde la comida basura, los productos refinados y un exceso de alimentos de origen animal producirá muchos residuos y por lo tanto va a sobrecargar los órganos encargados de la limpieza del organismo, el hígado, el riñón, los pulmones y la piel. Puede llegar un momento en que estos órganos se colapsan –pudiendo incluso dejar de funcionar- no siendo capaces de eliminar eficazmente todos los residuos que progresivamente se van acumulando en los tejidos, intoxicándolos lentamente y originando con el tiempo lo que conocemos como “enfermedad”.
Tratar de gestionar toda esa basura que se amontona en nuestras células nos lleva a desperdiciar una gran cantidad de energía que podríamos utilizar en cosas más útiles.
Psico-emocional: Todas las emociones tienen un porqué, vivirlas en su justa medida es necesario y saludable. Por el contrario, si nos quedamos enganchados en alguna emoción más tiempo del necesario -más allá del momento en el que vivimos la experiencia- o nos empeñamos en sentir emociones tóxicas –rabia, odio, frustración, miedo, dependencia…- una vez más vamos a desperdiciar nuestra energía –y nuestra vida- inútilmente, a la vez que nos perderemos las cosas que pasan a nuestro alrededor.
Aprender a gestionar nuestras emociones de forma eficaz es imprescindible para ser libres y tener una vida plena.
Un desequilibrio en cualquiera de estos tres parámetros hará que los otros dos se vean afectados, pudiendo entrar en círculos viciosos muy complicados de deshacer ya que se retroalimentan constantemente.
Por ejemplo, si yo estoy atrapado en mis miedos, físicamente mi cuerpo va a estar en una postura de cierre como protección ante un mundo hostil. Manteniendo esta actitud durante años voy a producir un desequilibrio en mi estructura consiguiendo que se acorten algunos grupos musculares fijando la postura a la vez que la emoción. Una postura de cierre va a comprimir la caja torácica siendo el origen de una respiración rápida y superficial. Al eliminar una gran cantidad de CO2 aumenta la cantidad de oxígeno en sangre y, paradójicamente, va a disminuir la oxigenación de los tejidos en general y del cerebro en particular. Este va a enviar señales para que la respiración se acelere más todavía, produciendo ansiedad, malestar y… miedo.
Salir de ese bucle autodestructivo es muy difícil si no se trabajan todos los desequilibrios tratando el organismo en su conjunto como un todo indivisible.
Existe la posibilidad de que la persona no quiera salir de ese estado en el que se encuentra por diversos motivos, aunque eso es otra historia…
Ferran Rodríguez